domingo, 22 de agosto de 2010

MARIATEGUI Y LA MUJER

Las reivindicaciones feministas, por José Carlos Mariátegui
Laten en el Perú las primeras inquietudes feministas. Existen algunas células, algunos núcleos de feminismo. Los propugnadores del nacionalismo a ultranza pensarían probablemente: he ahí otra idea exótica, otra idea forastera que se injerta en la metalidad peruana.Tranquilicemos un poco a esta gente aprensiva. No hay que ver en el feminismo una idea exótica, una idea extranjera. Hay que ver, simplemente, una idea humana. Una idea característica de una civilización, peculiar a una época. Y, por ende, una idea con derecho de ciudadanía en el Perú, como en cualquier otro segmento del mundo civilizado.El feminismo no ha aparecido en el Perú artificial ni arbitrariamente. Ha aparecido como una consecuencia de las nuevas formas del trabajo intelectual y manual de la mujer. Las mujeres de real filiación feminista son las mujeres que trabajan, las mujeres que estudian. La idea feminista prospera entre las mujeres de oficio intelectual o de oficio manual: profesoras universitarias, obreras. Encuentra un ambiente propicio a su desarrollo en las aulas universitarias, que atraen cada vez más a las mujeres peruanas, y en los sindicatos obreros, en los cuales las mujeres de las fábricas se enrolan y organizan con los mismos derechos y los mismos deberes que los hombres. Aparte de este feminismo espontáneo y orgánico, que recluta sus adherentes entre las diversas categorías del trabajo femenino, existe aquí, como en otras partes, un feminismo de diletantes un poco pedante y otro poco mundane. Las feministas de este rango convierten el feminismo en un simple ejercicio literario, en un mero deporte de moda.Nadie debe sorprenderse de que todas las mujeres no se reunan en un movimiento feminista único. El feminismo tiene, necesariamente, varios colores, diversas tendencias. Se puede distinguir en el feminismo tres tendencies fundamentals, tres colores sustantivos: feminismo burgués, femininismo pequeño-burgués y feminismo proletario. Cada uno de estos feminismos formula sus reivindicaciones de una manera distinta. La mujer burguesa solidariza su feminismo con el interés de la clase conservadora. La mujer proletaria consustancia su feminismo con la fe de las multitudes revolucionarias en la sociedad futura. La lucha de clases –hecho histórico y no aserción teórica- se refleja en el plano feminista. Las mujeres, como los hombres, son reaccionarias, centristas o revolucionarias. No pueden, por consiguiente, combatir juntas la misma batalla. En el actual panorama humano, la clase diferencia a los individuos más que el sexo.Pero esta pluralidad del feminismo no depende de la teoría en sí mismo. Depende. Más bien, de sus deformaciones practices. El feminismo, como idea pura, es esencialmente revolucionario. El pensamiento y la actitud de las mujeres que se sientan al mismo tiempo feministas y conservadoras carecen, por tanto, de íntima coherencia. El conservatismo trabaja por mantener la organización tradicional de la sociedad. Esa organización niega a la mujer los derechos que la mujer quiere adquirir. Las feministas de la burguesía aceptan todas las consecuencias del orden vigente, menos las que se oponen a las reividicaciones de la mujer. Sostienen tácitamente la tesis absurda de que la sola reforma que la sociedad necesita es la reforma feminista. La protesta de estas feministas contra el orden Viejo es demasiado exclusiva para ser válida.Cierto que las raíces históricas del feminismo están en el espíritu liberal. La revolución francesa contuvo los primeros germens del movimiento feminista. Por primera vez se planteó entonces, en terminus precisos, la cuestión de la emancipación de la mujer. Babeuf, el leader de la conjuración de los iguales, fue un assertor de las reivindicaciones feministas. Babeuf arengaba así a sus amigos: “no impongáis silencio a este sexo que no merece que se le desdeñe. Realzad más bien la más bella porción de vosotros mismos. Si no contáis para nada a las mujeres en vuestra república, haréis de ellas pequeñas amantes de la monarquía. Su influencia sera tal que ellas la restaurarán. Si, por el contrario, las contáis para algo, haréis de ellas Cornelias y Lucrecias. Ellas os darán Brutos, Gracos y Scevolas.” Polemizando con los anti-feministas, Babeuf hablaba de “este sexo que la tiranía de los hombres ha querido siempre anonadar, de este sexo que no ha sido inútil jamás en las revoluciones”. Mas la revolución francesa no quiso acordar a las mujeres la igualdad y la libertad propugnadas por estas voces jacobinas o igualitarias. Los Derechos del Hombre, como una vez he escrito, podían haberse llamado, más bien Derechos del Varón. La democracia burguesa ha sido una democracia exclusivamente masculina.Nacido de la matriz liberal, el feminismo no ha podido ser actuado durante el proceso capitalista. Es ahora, cuando la trayectoria histórica de la democracia llega a su fin, que la mujer adquiere los derechos politicos y jurídicos del varón. Y es la revolución rusa la que ha concedido explícita y categóricamente a la mujer la igualdad y la libertad que hace más de un siglo reclamaban en vano de la revolución francesa Babeuf y los igualitarios.Mas si la democracia burguesa no ha realizado el feminismo, ha creado involuntariamente las condiciones y las premisas morales y materiales de su realización. La ha valorizado como elemento productor, como factor económico, al hacer de su trabajo un uso cada día más extenso y más intenso. El trabajo muda radicalmente la mentalidad y el espíritu femeninos. La mujer adquiere, en virtud del trabajo, una nueva noción de sí misma. Antiguamente, la sociedad destinaba a la mujer al matrimonio o a la barraganía. Presentemente, la destina, ante todo, al trabajo. Este hecho ha cambiado y ha elevado la posición de la mujer en la vida. Los que impugnan el feminismo y sus progresos con argumentos sentimentales o tradicionalistas pretenden que la mujer debe ser educada sólo para el hogar. Pero, prácticamente, esto quiere decir que la mujer debe ser educada sólo para funciones de hembra y de madre. La defensa de la poesía del hogar es, en realidad, una defensa de la servidumbre de la mujer. En vez de ennoblecer y dignificar el rol de la mujer, lo disminuye y lo rebaja. La mujer es algo más que una madre y que una hembra, así como el hombre es algo más que un macho.El tipo de mujer que produzca una civilización nueva tiene que ser sustancialmente distinto del que ha formado la civilización que ahora declina. En un artículo sobre la mujer y la política, he examinado así algunos aspectos de este tema: “a los trovadores y a los enamorados de la frivolidad femenina no les falta razón para inquietarse. El tipo de mujer creado por un siglo de refinamiento capitalista está condenado a la decadencia y al tramonto. Un literato italiano, Pitigrillo, clasifica a este tipo de mujer contemporánea como un tipo de mamífero de lujo.“Y bien, este mamífero de lujo se irá agotando poco a poco. A medida que el sistema colectivista reemplace al sistema individualista, decaerán el lujo y la elegancia femininas. La humanidad perderá algunos mamíferos de lujo; pero ganará muchas mujeres. Los trajes de la mujer del futuro serán menos caros y suntuosos; pero la condición de esa mujer sera más digna. Y el eje de la vida femenina se desplazará de lo individual a lo social. La moda no consistirá ya en la imitación de una moderna Mme. Pompadour ataviada por Paquín. Consistirá, acaso, en la imitación de una Mme. Kollontay. Una mujer, en suma, costará menos, pero valdrá más.El tema es muy vasto. Este breve artículo intenta únicamente constatar el carácter de las primeras manifestaciones del feminismo en el Perú y ensayar una interpretación muy sumaria y rápida de fisonomía y del espíritu del movimiento feminista mundial. A este movimiento no deben ni pueden sentirse extraños ni indiferentes los hombres sensibles a las grandes emociones de la época. La cuestión femenina es una parte de la cuestión humana. El feminismo me parece, además, un tema más interesante e histórico que la peluca. Mientras el feminismo es la categoría, la peluca es la anécdota.
Escrito: Redactado por José Carlos Mariátegui en 1924.Publicado por vez primera: Mundial, 19 de diciembre de 1924, Lima - Perú. (Aparece en el tomo14, Temas de educación, de la colección "Obras Completas de J. C. Mariategui" de Biblioteca Amauta.)Preparado para el Internet: Marxists Internet Archive, marzo de 2008. Publicado por La Mariátegui SDE en 18:28

LENIN SOBRE LA MUJER

Lenin sobre la Cuestión de la Mujer
Pasajes del libro Recuerdos sobre Lenin de la dirigente comunista alemana Clara Zetkin, una entrevista que ella le hizo en Moscú en el otoño de 1920.
Lenin sobre la Cuestión de la MujerLos siguientes pasajes son del libro Recuerdos sobre Lenin de Clara Zetkin, una entrevista que ella le hizo en Moscú en el otoño de 1920. Reimpreso de Lenin, La emancipación de la mujer, Editorial Progreso, Moscú, 1971.“Por eso es totalmente justo que presentemos reivindicaciones en favor de la mujer. Esto no es un programa mínimo, no es un programa de reformas en el espíritu socialdemócrata, en el espíritu de la II Internacional. Esto no es el reconocimiento de que creamos en la eternidad o al menos en una existencia prolongada de la burguesía y de su Estado. Tampoco es un intento de apaciguar a las masas femeninas con reformas y desviarlas de la lucha revolucionaria. Esto no tiene nada de común con las supercherías reformistas. Nuestras reivindicaciones se desprenden prácticamente de la tremenda miseria y de las vergonzosas humillaciones que sufre la mujer, débil y desamparada bajo el régimen burgués. Con esto testimoniamos que conocemos estas necesidades, que comprendemos igualmente la opresión de la mujer, que comprendemos la situación privilegiada del hombre y odiamos —sí, odiamos— y queremos eliminar todo lo que oprime y atormenta a la obrera, a la esposa del obrero, a la campesina, a la esposa del hombre sencillo e incluso, en muchos aspectos, a la mujer de la clase acomodada. Los derechos y las medidas sociales que exigimos de la sociedad burguesa para la mujer, son una prueba de que comprendemos la situación y los intereses de la mujer y de que bajo la dictadura proletaria las tendremos en cuenta. Naturalmente, no con adormecedoras medidas de tutela; no, naturalmente que no, sino como revolucionarios que llaman a la mujer a trabajar en pie de igualdad por la transformación de la economía y de la superestructura ideológica”. Aseguré a Lenin que compartía su punto de vista, pero que, indudablemente, este punto de vista encontraría resistencia. Mentes inseguras y medrosas lo rechazarían como “oportunismo peligroso”. Tampoco se debe negar que nuestras actuales reivindicaciones para la mujer pueden ser comprendidas e interpretadas equivocadamente. “¡Qué le vamos a hacer!”, exclamó Lenin, algo irritado. “Este peligro se extiende a todo cuanto decimos y hacemos. Si por temor a él vamos a abstenernos de actos convenientes y necesarios, podemos convertirnos sencillamente en místicos contemplativos indios. ¡Nada de moverse, nada de moverse, no sea que caigamos desde la altura de nuestros principios! En nuestro caso no se trata sólo de lo que exijamos, sino de cómo hagamos esto. Yo creo que lo he subrayado con suficiente claridad. Como es lógico, en nuestra propaganda no debemos repasar en actitud orante las cuentas del rosario de nuestras reivindicaciones para la mujer. No, en dependencia de las condiciones existentes debemos luchar ora por unas reivindicaciones, ora por otras, luchar, naturalmente, siempre en relación con los intereses generales del proletariado. “Como es lógico, cada combate nos pone en contradicción con la honorable camarilla burguesa y sus no menos honorables lacayos reformistas. Ello obliga a estos últimos bien a luchar a nuestro lado, bajo nuestra dirección —cosa que ellos no quieren—, bien a quitarse la máscara. Por tanto, la lucha hace que nos destaquemos con relieve, pone de manifiesto nuestro perfil comunista. La lucha nos granjea la confianza de las amplias masas femeninas, que se sienten explotadas, esclavizadas, agobiadas por el dominio del hombre, por el poder de los patrones y por toda la sociedad burguesa en su conjunto. Las trabajadoras, traicionadas y abandonadas por todos, comienzan a comprender que deben luchar junto con nosotros. ¿Debemos aún persuadirnos unos a otros de que la lucha por los derechos de la mujer tiene que estar vinculada con el objetivo fundamental: con la conquista del Poder y la instauración de la dictadura del proletariado? Esto es para nosotros en los momentos actuales y seguirá siendo la esencia. Esto es claro, completamente claro. Pero las amplias masas femeninas trabajadoras y populares no sentirán el anhelo irresistible de compartir con nosotros la lucha por el Poder del Estado si siempre trompeteamos exigiendo esta sola reivindicación, aunque sea con las trompetas de Jericó. ¡No, no! También en la conciencia de las masas femeninas debemos vincular políticamente nuestro llamamiento con los sufrimientos, las necesidades y los deseos de las trabajadoras. Estas deben saber que la dictadura proletaria significa para ellas la plena igualdad de derechos con el hombre tanto ante la ley como en la práctica, en la familia, en el Estado y en la sociedad, así como también el derrocamiento del poder de la burguesía”.“¡La Rusia Soviética está demostrando esto”, exclamé, “y nos servirá de gran ejemplo!”Lenin prosiguió:“La Rusia Soviética plantea nuestras reivindicaciones para la mujer bajo un aspecto nuevo. En la dictadura del proletariado esas reivindicaciones ya no son objeto de lucha entre el proletariado y la burguesía, sino que son ladrillos para la edificación de la sociedad comunista. Esto muestra a las mujeres de más allá de nuestras fronteras la importancia decisiva de la conquista del Poder por el proletariado. La diferencia entre su situación aquí y allí debe ser establecida con precisión, para que ustedes puedan contar con las masas femeninas en la lucha de clase revolucionaria del proletariado. Saber movilizarlas con una clara comprensión de los principios y sobre una firme base organizativa, es cuestión de la que dependen la vida y la victoria del Partido Comunista. Pero no debemos engañarnos. En nuestras secciones nacionales no existe todavía una comprensión cabal de este problema. Nuestras secciones nacionales mantienen una actitud pasiva y expectante ante la tarea de crear bajo la dirección comunista un movimiento de masas de las trabajadoras. No comprenden que desplegar ese movimiento de masas y dirigirlo constituye una parte muy importante de toda la actividad del Partido, incluso la mitad del trabajo general del Partido. El reconocimiento, a veces, de la necesidad y del valor de un potente movimiento femenino comunista, que tenga ante sí un objetivo claro, es un reconocimiento platónico de palabra, y no una preocupación y un deber constantes del Partido.“Nuestras secciones nacionales conciben la labor de agitación y propaganda entre las masas femeninas, su despertar y su radicalización como algo secundario, como una tarea que afecta exclusivamente a las mujeres comunistas. Se reprocha a las comunistas que esta obra no avanza con la debida rapidez y energía. ¡Esto es injusto, totalmente injusto! Verdadero separatismo e igualdad de derechos de la mujer à la rebours, como dicen los franceses, es decir, igualdad de derechos de la mujer al revés. ¿En qué se basa esta posición errónea de nuestras secciones nacionales? (No hablo de la Rusia Soviética.) En definitiva, esto no es otra cosa que una subestimación de la mujer y de su trabajo. Eso es. Lamentablemente, de muchos de nuestros camaradas aún se puede decir: `Escarbad en un comunista y encontraréis a un filisteo'. Naturalmente, es preciso escarbar en el punto sensible: en su psicología con relación a la mujer. ¿Existe prueba más evidente que el hecho de que los hombres vean con calma cómo la mujer se desgasta en el trabajo doméstico, un trabajo menudo, monótono, agotador y que le absorbe el tiempo y las energías; cómo se estrechan sus horizontes, se nubla su inteligencia, se debilita el latir de su corazón y decae la voluntad? Naturalmente, no aludo a las damas burguesas, que encomiendan todos los quehaceres domésticos, incluido el cuidado de los niños, a personas asalariadas. Todo lo que digo se refiere a la inmensa mayoría de las mujeres, comprendidas las mujeres de los obreros, aunque se pasen todo el día en la fábrica y ganen su salario.“Son muy pocos los maridos, hasta entre los proletarios, que piensen en lo mucho que podrían aliviar el peso y las preocupaciones de la mujer, e incluso suprimirlos por completo, si quisieran ayudar `a la mujer en su trabajo'. No lo hacen, por considerarlo reñido con `el derecho y la dignidad del marido'. Este exige descanso y confort. La vida casera de la mujer es un sacrificio diario en miles de detalles nimios. El viejo derecho del marido a la dominación continúa subsistiendo en forma encubierta. Su esclava se venga de él objetivamente por esta situación, también en forma velada.... Conozco la vida de los obreros, y no sólo a través de los libros. Nuestro trabajo comunista entre las masas femeninas, nuestra labor política comprende una parte considerable de trabajo educativo entre los hombres. Debemos extirpar hasta las últimas y más pequeñas raíces del viejo punto de vista propio de los tiempos de la esclavitud. Debemos hacerlo tanto en el Partido como en las masas. Esto afecta a nuestras tareas políticas, lo mismo que la imperiosa necesidad de formar un núcleo de camaradas —hombres y mujeres— que cuenten con una seria preparación teórica y práctica para realizar e impulsar la labor del Partido entre las trabajadoras”.A mi pregunta sobre las condiciones existentes en la Rusia Soviética, Lenin contestó:“El Gobierno de la dictadura del proletariado, en alianza, naturalmente, con el Partido Comunista y los sindicatos, hace todos los esfuerzos necesarios para superar las concepciones atrasadas de los hombres y las mujeres y acabar así como la base de la vieja psicología no comunista. Huelga decir que se ha efectuado la plena igualdad de derechos del hombre y la mujer en la legislación. En todas las esferas se observa un deseo sincero de llevar a la práctica esta igualdad. Estamos incorporando a las mujeres al trabajo en la economía soviética, en los organismos administrativos, en la legislación y en la labor del gobierno. Les estamos abriendo las puertas de todos los cursos y centros docentes para elevar su preparación profesional y social. Estamos creando diversos establecimientos públicos: cocinas y comedores, lavaderos y talleres de reparación, casas-cuna, jardines de niños, orfanatos y todo género de establecimientos educativos. En una palabra, estamos aplicando de verdad la reivindicación de nuestro programa de transmitir las funciones económicas y educativas de la vida doméstica individual a la sociedad. De este modo, la mujer es liberada de la vieja esclavitud doméstica y de toda dependencia del marido. Se le brinda la plena posibilidad de actuar en la sociedad de acuerdo con sus capacidades e inclinaciones. En cuanto a los niños, se les ofrecen condiciones más favorables para su desarrollo que las que pudieran tener en casa. En nuestro país existe la legislación más avanzada del mundo en lo que atañe a la protección del trabajo femenino. Delegados de los obreros organizados la llevan a la práctica. Estamos organizando casas de maternidad, casas para la madre y el niño, consultorios para las madres, organizamos cursos para aprender a cuidar a los niños de pecho y de corta edad, exposiciones sobre la protección de la maternidad y de la infancia, etc. Hacemos los mayores esfuerzos para satisfacer las necesidades de la mujeres cuya situación material no está asegurada y de las trabajadoras en paro forzoso. “Sabemos muy bien que todo esto es todavía poco en comparación con las necesidades de las masas femeninas trabajadoras, que esto es aún completamente insuficiente para su efectiva emancipación. Pero esto representa un paso gigantesco hacia adelante con respecto a lo que existía en la Rusia zarista, capitalista. Esto es incluso mucho en comparación con lo que se hace allí donde el capitalismo ejerce aún su dominio absoluto. Este es un buen comienzo. El rumbo es acertado, y lo seguiremos de manera consecuente, con toda nuestra energía. Ustedes, en el extranjero, pueden estar seguros de ello. Cada día de existencia del Estado soviético nos hace ver con más claridad que no avanzaremos sin la participación de millones de mujeres. Figúrese lo que esto significa en un país donde el 80% de la población por lo menos, son campesinos. La pequeña hacienda campesina significa la economía doméstica individual y el sometimiento de la mujer a ella. En este sentido, la situación será para ustedes mucho mejor, las cosas les serán más fáciles que a nosotros, naturalmente, a condición de que vuestras masas proletarias tomen conciencia de su madurez histórica objetiva para la conquista del Poder, para la revolución. No desesperemos. Nuestras fuerzas crecen junto con las dificultades. La necesidad práctica hará que encontremos nuevos caminos en lo que se refiere a la emancipación de las masas femeninas. Unida al Estado soviético la solidaridad fraternal llevará a cabo grandes empresas. Naturalmente, la solidaridad fraternal en el sentido comunista, y no en el sentido burgués en que la predican los reformistas, cuyo entusiasmo revolucionario se ha evaporado como un vinagre barato. A la par de la solidaridad fraternal debe manifestarse la iniciativa personal, que se transforma en actividad colectiva y se funde con ella. Bajo la dictadura del proletariado, la emancipación de la mujer mediante la realización del comunismo tendrá lugar también en el campo. En este sentido, cifro todas mis esperanzas en la electrificación de nuestra industria y de nuestra agricultura. ¡Esta es una obra grandiosa! Las dificultades que ofrece son grandes, gigantescas. Para remontarlas es necesario desplegar y educar las poderosas fuerzas de las masas. Millones de mujeres deben participar en esto”.Durante los diez minutos últimos llamaron dos veces a la puerta, pero Lenin continuó hablando. Al llegar aquí, abrió la puerta y dijo en voz alta:“¡Ahora voy!”...Lenin me ayudó a ponerme el abrigo:“Debía usted abrigarse mejor”, me dijo preocupado. “Moscú no es Stuttgart. Hay que mirar por usted. No se enfríe. Hasta la vista”.Me estrechó fuertemente la mano.--------------------------- Lenin-Zetkin La mujerPresentaciónEn una carta a Ludwig Kugelmann”, del 12 de diciembre de 1868, Carlos Marx le decía: “ Cualquiera que conozca algo de historia sabe que los grandes cambios sociales son imposibles sin el fermento femenino.” La importancia del movimiento de mujeres ha sido una constante de los grandes maestros del marxismo. Al respecto, también escribió Mao Tsetung: “La emancipación de la mujer trabajadora es inseparable de la victoria de su clase entera. Logrará su verdadera emancipación solo cuando sea victoriosa su clase. (...) La mujer representa la mitad de la población. La condición económica de la mujer trabajadora y la opresión que padece, como nadie, demuestra que la mujer necesita urgentemente la revolución, y que es una fuerza que ha de determinar la victoria o la derrota de la revolución. (...) Cuando las mujeres se levanten por todo el país, será el día de la victoria de la revolución China.” ( Aquí reproducimos un discurso de Lenin pronunciado en una conferencia de trabajadoras sin partido, realizada en Moscú el 23 de setiembre de 1919, en la Rusia cercada e invadida entonces por las fuerzas imperialistas, que buscaban derrocar el poder de los trabajadores instaurado en 1917. También reproducimos el extracto referido al tema de su artículo “Una gran iniciativa”, del 28 de junio de 1919, y extractos de las opiniones que Lenin le diera en 1920 a Clara Zetkin, quien tenía el encargo de redactar las tesis sobre la tarea de los comunistas entre las mujeres para el Tercer Congreso de la Internacional Comunista. V. I. Lenin Las tareas del movimiento obrero femenino en la República Soviética 23 de septiembre de 1919Querría decir algunas palabras acerca de las tareas generales del movimiento obrero femenino en la República Soviética, tanto de las que guardan relación con el paso al socialismo en general, como de las que ahora se destacan en primer plano con una fuerza especial. El problema de la situación de la mujer, camaradas, ha sido planteado por el poder soviético desde el primer momento. Me parece que la tarea de todo Estado obrero en su paso al socialismo tiene un doble carácter. La primera parte de esta tarea es relativamente fácil y sencilla. Se refiere a las viejas leyes que colocaban a la mujer en una situación de inferioridad jurídica con respecto al hombre. Desde hace mucho tiempo, los representantes de todos los movimientos emancipadores de Europa occidental formularon a lo largo, no ya de décadas, sino de siglos, la reivindicación de abolir las leyes caducas y de equiparar legalmente la mujer al hombre, pero sin que ni uno solo de los países democráticos europeos, ni una sola de las repúblicas más adelantadas, lograse realizarlo; porque allí donde existe el capitalismo, donde se mantiene en pie la propiedad privada sobre la tierra, las fábricas y plantas industriales, donde persiste el poder del capital, siguen conservando los hombres los privilegios. Y si en Rusia fue posible lograr aquel anhelo, se debió a que el 25 de octubre de 1917 se implantó en nuestro país el poder obrero. El poder soviético se planteó desde el primer momento el objetivo de ser el poder de los trabajadores, enemigo de toda explotación. Se señaló la tarea de acabar con toda posibilidad de explotación de los trabajadores por parte de los terratenientes y capitalistas, de liquidar la dominación del capital. El poder soviético se propuso como objetivo lograr que los trabajadores construyan su propia vida sin propiedad privada sobre la tierra, sin propiedad privada sobre las fábricas y plantas industriales, sin esa propiedad privada que en todas partes, en el mundo entero, incluso bajo el régimen de plena libertad política, incluso en las repúblicas más democráticas, coloca de hecho a los trabajadores en condiciones de miseria y esclavitud asalariada, y a la mujer bajo una doble esclavitud. El poder soviético, como poder de los trabajadores, implantó legislativamente, ya durante los primeros meses de su existencia, los cambios más radicales con respecto a la mujer. La República Soviética no dejó piedra sobre piedra de las leyes que colocaban a la mujer en una situación de sometimiento. Y al decir esto me refiero en particular a las leyes que aprovechaban especialmente la situación más débil de la mujer, para privarla de derechos y colocarla con frecuencia en condiciones humillantes; es decir, a las leyes sobre el divorcio, los hijos ilegítimos y el derecho de la mujer a demandar judicialmente al padre del niño para que asegure su sustento. Es precisamente en este campo, hay que decirlo, donde la legislación burguesa, incluso en los países más adelantados, se aprovecha de la situación de mayor debilidad de la mujer, para privarla de derechos y humillarla. Pues bien, el poder soviético, en este terreno, no ha dejado ni la sombra de las viejas leyes, leyes injustas e intolerables para los representantes de las masas trabajadoras. Y hoy podemos afirmar con todo orgullo y sin ninguna clase de exageración, que fuera de la Rusia soviética no hay país alguno en el mundo en que la mujer goce de plenitud de derechos y se halle libre de esas condiciones humillantes que resaltan de modo particularmente sensible en la vida cotidiana y familiar. Ha sido esta una de las primeras y más importantes tareas que hemos abordado. Si tienen ustedes la oportunidad de tomar contacto con partidos enemigos de los bolcheviques, o llegan a sus manos periódicos editados en ruso en los territorios ocupados por Kolchak o Denikin, o hablan con quienes apoyan los puntos de vista defendidos por estos periódicos, escucharán o leerán la acusación dirigida contra el poder soviético de que ha atentado contra la democracia. A nosotros, representantes del poder soviético, bolcheviques comunistas y partidarios de este poder, se nos acusa constantemente de haber atentado contra la democracia, y en apoyo de esta afirmación se alega que el poder soviético ha disuelto la Asamblea Constituyente. Solemos contestar a esta acusación del modo siguiente: esa democracia y esa Asamblea Constituyente que surgieron bajo el régimen de la propiedad privada sobre la tierra, cuando los hombres no eran iguales entre sí, cuando quienes poseían un capital propio eran los dueños y los demás eran trabajadores esclavos asalariados a su servicio; esa democracia para nosotros no vale nada. Semejante democracia no es, hasta en los Estados más adelantados, otra cosa que un modo de encubrir la esclavitud. Nosotros, socialistas, somos partidarios de la democracia solo en la medida en que hace menos penosas las condiciones de vida de los trabajadores y los oprimidos. El socialismo se propone, en el mundo entero, luchar contra toda explotación del hombre por el hombre. Para nosotros solo tiene un significado auténtico la democracia que sirve a los explotados, a quienes se hallan colocados en situación de desigualdad. Privar de derechos electorales a quienes no trabajan, es implantar la verdadera igualdad entre los hombres. Quien no trabaja no debe comer. En respuesta a tales acusaciones, señalamos que hay que preguntarse como se realiza la democracia en tales o cuales Estados. En todas las repúblicas democráticas vemos como se proclama la igual, pero también como en las leyes civiles y en las que se refieren a los derechos de la mujer, a su situación en la familia, al divorcio, a cada paso la mujer se halla en una situación de inferioridad y humillación, y decimos que esto sí es un atentado contra la democracia, y precisamente contra los oprimidos. El poder soviético realizó la democracia más que ningún otro país, incluyendo a los más adelantados, al no dejar en sus leyes ni el menor vestigio de la desigualdad de la mujer. Repito que ni un solo Estado, ni una sola legislación democrática, hicieron por la mujer ni la mitad de lo que hizo el poder soviético ya en los primeros meses de su existencia. Claro está que las leyes por sí solas no bastan, y en modo alguno nos damos por satisfechos con nuestros decretos. Pero en el terreno de la legislación hemos hecho cuanto de nosotros dependía para equiparar la situación de la mujer a la del hombre, y podemos enorgullecernos de ello con todo derecho. Actualmente, la situación de la mujer en la Rusia soviética es tal, que sen la puede considerar ideal, incluso desde el punto de vista de los Estados más adelantados. Sin embargo, decimos que no es, por supuesto, más que el comienzo. Todavía la situación de la mujer sigue siendo penosa debido a sus tareas domésticas. Para lograr la total emancipación de la mujer y su igualdad real y efectiva con el hombre, es necesario que la economía nacional sea socializada y que la mujer participe en el trabajo general de producción. Entonces sí la mujer ocupará el mismo lugar que el hombre. Claro está que aquí no hablamos de igualar a la mujer con el hombre en lo que se refiere a la productividad del trabajo, la cantidad de trabajo, la duración de la jornada, las condiciones de trabajo, etc.; sostenemos que la mujer no debe, a diferencia del hombre, ser oprimida a causa de su posición en el hogar. Todas ustedes saben que incluso cuando las mujeres gozan de plenos derechos, en la práctica siguen esclavizadas, porque todas las tareas domésticas pesan sobre ellas. En la mayoría de los casos las tareas domésticas son el trabajo más improductivo, más embrutecedor y más arduo que pueda hacer una mujer. Es un trabajo extraordinariamente mezquino y no incluye nada que de algún modo pueda contribuir al desarrollo de la mujer. En la búsqueda del ideal socialista, luchamos por la realización total del socialismo, y en este camino se abre un amplio campo de acción para la mujer. Nos disponemos ahora a emprender concretamente la tarea de desbrozar el terreno para la construcción del socialismo, y la edificación de la sociedad socialista solo comienza allí donde, después de haber logrado la igualdad completa de la mujer, abordamos las nuevas labores junto a ella, libre y de esas faenas mezquinas, embrutecedoras e improductivas. Y estas labores nos ocuparán durante muchos, muchísimos años. Esta tarea no puede rendir resultados rápidos ni traducirse en efectos brillantes. Creamos instituciones modelo, comedores colectivos y casas cuna, para liberar a la mujer de las faenas domésticas. Y es precisamente a las mujeres a quienes corresponden en primer lugar los trabajos relacionados con la organización de estas instituciones. Es preciso reconocer que Rusia cuenta todavía con muy pocas instituciones de este tipo que ayuden a la mujer a liberarse de su papel de esclava doméstica. Funcionan un número realmente insignificante de instituciones de esta clase, y las condiciones en que en la actualidad se halla la República Soviética –tanto en el terreno militar como en lo tocante a abastecimientos, de los que ya les han hablado aquí en detalle otros camaradas– entorpecen nuestra labor en este sentido. Debemos decir, sin embargo, que esta clase de instituciones, que liberan a la mujer de su papel de esclava del hogar, están surgiendo donde existe la más pequeña posibilidad para ello. Decimos que la emancipación de los obreros debe ser lograda por los obreros mismos, y ocurre otro tanto con la emancipación de las mujeres trabajadoras: debe ser fruto de su propio esfuerzo. Las trabajadoras deben preocuparse de desarrollar las instituciones a que nos referimos, y esta actividad de la mujer conducirá a hacer cambiar radicalmente la situación que ocupaba en la sociedad capitalista. Para poder intervenir en política, en el viejo régimen, capitalista, se requería una preparación especial, de modo que el papel de las mujeres en la vida política era insignificante incluso en los países capitalistas más avanzados y libres. Nuestra tarea es lograr que la política sea accesible a toda mujer trabajadora. Desde el momento en que fue abolida la propiedad privada de la tierra y de las fábricas, y derrocado el poder de los terratenientes y capitalistas, las tareas políticas se volvieron sencillas, claras y comprensibles para todos los trabajadores, incluyendo a las mujeres trabajadoras. En la sociedad capitalista la situación de la mujer se caracteriza por una desigualdad tal, que su participación en política solo representa una mínima parte de la del hombre. Para que se produzca un cambio en esta situación es necesario el poder de los trabajadores, pues entonces las principales tareas de la política consistirán en asuntos directamente relacionados con el destino de los trabajadores mismos. Y en este punto se debe contar con la participación de las mujeres trabajadoras, no solo las del partido, las que tiene un grado elevado de conciencia, sino también las sin partido y las menos concientes. El poder soviético abre aquí un amplio campo de actividades para la mujer trabajadora. Hemos tenido que luchar muy duramente contra las fuerzas enemigas de la Rusia soviética, que han lanzado una campaña contra ella. La lucha fue dura, tanto en el terreno militar, frente a las fuerzas que desencadenan la guerra contra el poder de los trabajadores, como en el terreno del abastecimiento, contra los especuladores, pues no disponemos de un número suficiente de hombres, de trabajadores, que nos ayuden por todos los medios con su propio trabajo. Y en esto nada puede apreciar tanto el poder soviético como la ayuda de la amplia masa de las mujeres trabajadoras sin partido. Que no olviden ellas que quizás, en la vieja sociedad burguesa, la actividad política requería una complicada preparación, fuera del alcance de la mujer. Pero la actividad política de la República Soviética plantea como tarea fundamental la lucha contra los terratenientes y capitalistas, la lucha por acabar con la explotación, razón por la cual la República Soviética abre las puertas de la actividad política a la mujer trabajadora, para que ésta, con su capacidad organizativa, ayude al hombre. No solo necesitamos un trabajo organizativo en escala de millones. Necesitamos asimismo organizar en escala más pequeña, que dé también la posibilidad de trabajar a las mujeres. La mujer puede trabajar también bajo las condiciones de guerra, en labores relacionadas con la ayuda al ejército y la agitación dentro del mismo. Debe tomar parte activa en todas estas tareas, para que el Ejército Rojo vea que velan por él, que se preocupan por él. Y puede trabajar asimismo en el abastecimiento, en la distribución de los productos y en el mejoramiento de la alimentación de las masas, en el desarrollo de los comedores colectivos, que actualmente están cobrando tan amplias proporciones en Petrogrado. Tales son los campos de actividad en que adquiere verdadera importancia organizativa la participación de las mujeres trabajadoras. Su participación es también necesaria en la organización de las grandes empresas experimentales y en su cuidado, de modo tal que dichas empresas no sean en el país casos aislados. Si no participan en ella gran número de trabajadoras, estas empresas serán irrealizables. La mujer trabajadora puede abordar estos problemas supervisando la distribución de los productos y velando por que éstos se obtengan con mayor facilidad. Es esta una tarea plenamente accesible a las mujeres trabajadoras sin partido, y su realización contribuirá más que ninguna otra cosa al afianzamiento de la sociedad socialista. Después de haber suprimido la propiedad privada sobre la tierra y abolido casi totalmente la propiedad privada en las fábricas y empresas industriales, el poder soviético aspira a que todos los trabajadores, no solo los del partido, sino también los sin partido, y no solo los hombres sino también las mujeres, tomen parte activa en la obra de la construcción económica. Esta obra, ya iniciada por el poder soviético, solo podrá llevarse adelante cuando tomen parte en ella en toda Rusia, en lugar de algunos centenares, millones y millones de mujeres. Entonces podremos estar seguros de que la construcción del socialismo se habrá afianzado. Entonces la obra de la construcción del socialismo en Rusia descansará sobre fundamentos tan firmes, que no habrá enemigo exterior ni interior dentro del país, capaz de asustar a la Rusia soviética. V. I. Lenin


Una gran iniciativa(extracto) Tómese la situación de la mujer. Ningún partido democrático del mundo, ni en las repúblicas burguesas más avanzadas, ha hecho en este sentido, en decenas de años, ni la centésima parte de lo que realizamos nosotros en el primer año de ejercicio del poder. No hemos dejado, en el verdadero sentido de la palabra, piedra sobre piedra de las ignominiosas leyes que establecían la inferioridad jurídica de la mujer, que ponían trabas al divorcio, que lo sometían a odiosos requisitos, que proclamaban la ilegitimidad de los hijos naturales, la investigación de la paternidad, etc. Los vestigios de estas leyes se mantienen en gran número en todos los países civilizados, para vergüenza de la burguesía y del capitalismo. Nosotros tenemos una y mil veces razón para sentirnos orgullosos de lo que hemos hecho en este terreno. Pero cuanto más nos desembarazamos del fárrago de las viejas leyes e instituciones burguesas, vamos viendo con mayor claridad que no hemos hecho otra cosa que desbrozar el terreno para empezar a construir, pero que la construcción aun no ha comenzado. A pesar de todas las leyes de emancipación femenina, la mujer sigue siendo una esclava del hogar, porque las pequeñas tareas domésticas la agobian, la asfixian, la embrutecen y la rebajan, la atan a la cocina y a los hijos, y malgastan sus esfuerzos en faenas terriblemente improductivas, mezquinas, que desgastan los nervios, embrutecedoras y agotadoras. La verdadera emancipación de la mujer, el verdadero comunismo, solo comenzará donde y cuando comience una lucha total (dirigida por el proletariado que tiene el poder) contra esa pequeña economía doméstica o, más exactamente, cuando comience su transformación general en una gran economía socialista. ¿Acaso concedemos, en la práctica, suficiente atención a este problema, que en teoría todo comunista considera indiscutible? Por cierto que no. ¿Dedicamos el debido interés a los brotes de comunismo que ya existen en esta esfera? No, y mil veces no. Los comedores públicos, las casas-cuna, los jardines de infantes; he aquí algunos ejemplos de esos brotes, he aquí los medios sencillos, ordinarios, sin pompa, sin elocuencia ni solemnidad, que realmente pueden emancipar a la mujer, disminuir y suprimir su desigualdad respecto del hombre, en lo que se refiere a su papel en la producción y en la vida social. Estos medios no son nuevos. Fueron creados (como todas las premisas materiales del socialismo) por el gran capitalismo; pero bajo el capitalismo eran, en primer lugar, casos aislados, y en segundo lugar-cosa muy importante-, se trataba, o bien de empresas comerciales con todas las peores características de la especulación, el lucro, el fraude y el engaño, o bien de “acrobacias de beneficencia burguesa”, con toda razón odiadas y despreciadas por los mejores obreros. No cabe duda de que el número de estas instituciones en nuestro país ha aumentado enormemente y que comienzan a cambiar de carácter. No cabe duda de que tenemos, entre las obreras y las campesinas, mucho más talento organizador de lo que parece; tenemos muchas más mujeres de las que imaginamos que pueden organizar tareas prácticas, con la cooperación de gran número de trabajadores y de una cantidad mucho mayor de interesados, sin tantas palabras, sin tanta alharaca, sin tantas discusiones y sin tanta charla sobre planes, sistemas, etc., cosa a la que “se inclina” nuestra presuntuosa “intelectualidad” o los “comunistas” inmaduros. Pero nosotros no cuidamos como debiéramos estos brotes de lo nuevo. Fíjense en la burguesía. ¡Qué bien sabe hacer propaganda de lo que a ella le conviene! ¡Cuántos millones de ejemplares de su prensa exaltan las empresas que los capitalistas consideran un “modelo”, y cómo se transforma a las instituciones burguesas “modelo” en objeto de orgullo nacional! En cambio nuestra prensa no se preocupa, o apenas se preocupa, de describir los mejores comedores públicos, las mejores casas-cuna, a fin de que, insistiendo diariamente, se logre transformar a algunos de ellos en establecimientos modelo. No les hace suficiente propaganda, no se refiere, en forma detallada, a la economía de trabajo humano, a los beneficios que prestan a los interesados, al ahorro de productos, a la emancipación de la mujer de la esclavitud doméstica, a los progresos del estado sanitario, que pueden lograrse con un trabajo comunista ejemplar y que es posible hacer extensivos a toda la sociedad, a todos los trabajadores. Clara Zetkin Recuerdos sobre Lenin (extractos) Las tesis deben subrayar con rigor que la verdadera emancipación de la mujer solo es posible a través del comunismo. Es preciso esclarecer profundamente el nexo indisoluble entre la situación de la mujer como persona y miembro de la sociedad y la propiedad privada sobre los medios de producción. Así delimitaremos con toda precisión los campos entre nosotros y el movimiento burgués por la “emancipación de la mujer”. Esto sentará también las bases para examinar el problema femenino como parte del problema social, obrero, y por tanto permitirá vincularlo firmemente con la lucha proletaria de clase y con la revolución. El movimiento comunista femenino debe ser un movimiento de masas, debe ser una parte del movimiento general de masas, no solo del movimiento de los proletarios, sino de todos los explotados y oprimidos, de todas las víctimas del capitalismo. En esto consiste la importancia del movimiento femenino para la lucha de clase del proletariado y para su misión histórica creadora: la organización de la sociedad comunista. (...) Nuestras reivindicaciones se desprenden prácticamente de la tremenda miseria y de las vergonzosas humillaciones que sufre la mujer, débil y desamparada bajo el régimen burgués. Con esto testimoniamos que conocemos estas necesidades, que comprendemos igualmente la opresión de la mujer, que comprendemos la situación privilegiada del hombre y odiamos –sí, odiamos– y queremos eliminar todo lo que oprime y atormenta a la obrera, a la mujer del obrero, a la campesina, a la mujer del hombre sencillo e incluso, en muchos aspectos, a la mujer de la clase acomodada. Los derechos y las medidas sociales que exigimos de la sociedad burguesa para la mujer, son una prueba de que comprendemos la situación y los intereses de la mujer y de que bajo la dictadura proletaria las tendremos en cuenta. Naturalmente, no como adormecedoras medidas de tutela; no, naturalmente que no, sino como revolucionarios que llaman a la mujer a trabajar en pie de igualdad por la transformación de la economía y de la superestructura ideológica. (...) Nuestras secciones nacionales conciben la labor de agitación y propaganda entre las masas femeninas, su despertar y su radicalización como algo secundario, como una tarea que afecta exclusivamente a las mujeres comunistas. Se reprocha a las comunistas que esta obra no avanza con la debida rapidez y energía. ¡Esto es injusto, totalmente injusto! Verdadero separatismo e igualdad de derechos de la mujer à la rebours, como dicen los franceses, es decir, igualdad de derechos de la mujer al revés. ¿En qué se basa esta posición errónea de nuestras secciones nacionales? (No hablo de la Rusia Soviética.) En definitiva, esto no es otra cosa que una subestimación de la mujer y de su trabajo. Eso es. Lamentablemente, de muchos de nuestros camaradas aún se puede decir: “Escarbad en un comunista y encontraréis a un filisteo”. Naturalmente, es preciso escarbar en el punto sensible: en su sicología con relación a la mujer. ¿Existe prueba más evidente que el hecho de que los hombres vean con calma cómo la mujer se desgasta en el trabajo doméstico, un trabajo menudo, monótono, agotador y que le absorbe el tiempo y las energías; cómo se estrechan sus horizontes, se nubla su inteligencia, se debilita el latir de su corazón y decae la voluntad? Naturalmente, no aludo a las damas burguesas, que encomiendan todos los quehaceres domésticos, incluido el cuidado de los niños, a personas asalariadas. Todo lo que digo se refiere a la inmensa mayoría de las mujeres, comprendidas las mujeres de los obreros, aunque se pasen todo el día en la fábrica y ganen su salario. Son muy pocos los maridos, hasta entre los proletarios, que piensen en lo mucho que podrían aliviar el peso y las preocupaciones de la mujer, e incluso suprimirlos por completo, si quisieran ayudar “a la mujer en su trabajo”. No lo hacen, por considerarlo reñido con “el derecho y la dignidad del marido”. Este exige descanso y confort. La vida casera de la mujer es un sacrificio diario en miles de detalles nimios. El viejo derecho del marido a la dominación continúa subsistiendo en forma encubierta. Su esclava se venga de él objetivamente por esta situación, también en forma velada: el atraso de la mujer, su incomprensión de los ideales revolucionarios del marido debilitan el entusiasmo de este y su decisión de luchar. Estos son los pequeños gusanos que corroen y minan las energías de modo imperceptible y lento, pero seguro. Conozco la vida de los obreros, y no solo a través de los libros. Nuestro trabajo comunista entre las masas femeninas, nuestra labor política comprende una parte considerable de trabajo educativo entre los hombres. Debemos extirpar hasta las últimas y más pequeñas raíces del viejo punto de vista propio de los tiempos de la esclavitud. Debemos hacerlo tanto en el partido como en las masas. Esto afecta a nuestras tareas políticas, lo mismo que la imperiosa necesidad de formar un núcleo de camaradas –hombres y mujeres– que cuenten con una seria preparación teórica y práctica para realizar e impulsar la labor del partido entre las trabajadoras.

LA CUESTIÓN DE LA MUJER

Cecilia Toledo(Militante del PSTU de Brasil)

Un estudio, aunque sea breve, sobre la manera de como el problema de la opresión de la mujer fue visto en las filas marxistas revolucionarias desde la I Internacional nos lleva a dos constataciones. Primero: que, al contrario de lo que afirman sus detractores, el marxismo, desde el inicio, hace más de 150 años, siempre se preocupó de la cuestión de la mujer y buscó encontrar la política más justa para el problema, en el marco de la división de la sociedad en clases, justamente lo que lo diferencia de las corrientes reformistas y burguesas. Por eso, las corrientes que acusan al marxismo de no preocuparse con la cuestión de la mujer, de verdad, están contra el análisis materialista de la opresión de la mujer, contra la necesidad de un partido marxista revolucionario para organizar a la clase trabajadora para destruir el capitalismo y acabar con la opresión de la mujer.
La segunda constatación es que la cuestión de la mujer siempre fue polémica dentro del movimiento socialista, con los marxistas enfrentándose a los más diversos matices de reformismo, justamente porque es una de las que más pone en evidencia la división de la sociedad en clases. ¿El problema da opresión de la mujer es una cuestión de las mujeres o de la clase trabajadora? ¿Hasta qué punto puede ir la unidad entre las mujeres trabajadoras y burguesas? ¿Es posible resolver el problema de la opresión femenina en el capitalismo? ¿La raíz del problema es cultural, una cuestión de género, de opresión sobre un sector de la sociedad, o económica, con fundamento en la división de la sociedad entre productores y poseedores de riqueza? Estas y otras preguntas siempre atravesaron las grandes polémicas que se dieron en las Internacionales y en el movimiento socialista, y la respuesta que cada sector les daba, fuese o no marxista, demostraba, en última instancia, de qué lado de la división de clases estaba.

El Manifiesto Comunista: primer paso
El Manifiesto Comunista, lanzado en 1848 por Marx y Engels, comenzaba por cuestionar a la familia burguesa. Respondiendo a aquellos que acusaban a los comunistas de querer acabar con la institución familiar burguesa, en la cual a mujer es sometida al papel de un simple instrumento de producción, Marx argumentaba:
«¿En qué se basa la familia actual, la familia burguesa? En el capital, en el lucro privado. La familia plenamente desarrollada sólo existe para la burguesía; pero encuentra su complemento en la supresión forzada de todo vínculo familiar para el proletariado y en la prostitución pública. (...) Las declaraciones burguesas sobre la familia y la educación, sobre los dulces lazos que unen padres e hijos, resultan aún más repugnantes a medida que la gran industria destruye todo vínculo de familia para el proletariado y transforma los niños en simples artículos de comercio, en simples instrumentos de trabajo. (...) Para el burgués, su mujer no pasa de un instrumento de producción. Oyó decir que los instrumentos de producción deben ser de uso común y, naturalmente, no puede llegar a otra conclusión que lo mismo va a ocurrir con las mujeres en el socialismo. No sospecha que se trata justamente de acabar con esa situación de la mujer como simple instrumento de producción. Nada más grotesco que el horror ultramoralista que la pretendida comunidad oficial de las mujeres, atribuida a los comunistas, inspira en nuestros burgueses. Los comunistas no tienen necesidad de introducir la comunidad de las mujeres: ella prácticamente siempre existió. Nuestros burgueses, no satisfechos con tener a su disposición las mujeres y las hijas de sus obreros, sin hablar de la prostitución oficial, encuentran un placer singular en seducir mutuamente sus esposas. El matrimonio burgués e, en realidad, la comunidad de las esposas. Como máximo se podrìa acusar a los comunistas de querer sustituir una comunidad de mujeres hipócritamente disimulada, por una comunidad franca y oficial. Es evidente que, con la abolición de las relaciones de producción actuales, la comunidad de las mujeres derivada de ella desaparecerá, o sea, la prostitución oficial y no oficial».
La línea divisoria establecida aquí, y en todos los escritos posteriores de Marx y Engels, sobre el tema de la mujer es la que existe entre el socialismo utópico y el socialismo científico. Los socialistas utópicos pre-marxistas, como Fourier y Owen, también fueron ardorosos defensores de la emancipación de la mujer. Pero su socialismo, así como sus teorías sobre la familia y la mujer, se asentaban sobre principios morales y deseos abstractos, no sobre una comprensión de las leyes de la historia y de la lucha de clases basada en el crecimiento de la capacidad productiva de la humanidad.
El marxismo proporcionó, por primera vez, una base materialista científica no sólo para el socialismo, sino también para la causa da liberación de la mujer. Expuso las raíces de la opresión de la mujer, su relación con un sistema de producción basado en la propiedad privada y con una sociedad dividida entre una clase poseedora de riquezas y otra productora de riquezas. El marxismo explicó el papel de la familia en la sociedad de clases como un contrato económico, y su función primordial de perpetuar el capitalismo y la opresión de la mujer. Más que eso: apuntó el camino para a liberación de la mujer. Explicó cómo la abolición de la propiedad privada proporcionaría las bases materiales para transferir a la sociedad de conjunto todas las responsabilidades sociales que hoy recaen sobre la familia individual, como el cuidado de los niños, de los ancianos, de los enfermos; la alimentación, el vestuario, la educación. Libres de esas cargas, las mujeres podrán romper con la servidumbre doméstica y cultivar plenamente sus capacidades como miembros creativos y productivos de la sociedad, y no sólo como reproductivos. Libre de la coacción económica sobre la cual reposa, la familia burguesa, como la conocemos hoy, desaparecerá y las relaciones humanas se transformarán en relaciones libres, de personas libres.
Así, el marxismo eliminó el carácter utópico del socialismo y de la lucha por la liberación de la mujer, al demostrar que el propio capitalismo engendra una fuerza, el proletariado, bastante poderosa para destruirlo. Por primera vez, los socialistas podían dejar de soñar con una sociedad nueva y mejor, y comenzar a organizarse para conseguirla.

La cuestión de la mujer en la I Internacional (1864)
La Primera Internacional fue fundada por Marx e Engels, en 1864. Respondió a la necesidad práctica de los obreros europeos de organizarse, ya que la burguesía estaba unificando económicamente el continente. Al principio, la I no tenía un programa claramente marxista (agrupaba también a los anarquistas), pero ya en sus primeros pasos fue definiendo su posición con relación a la causa da emancipación de la mujer. Contra todos las costumbres de la época, la Asociación Internacional de los Trabajadores, como era llamada, eligió una mujer para su Consejo General, la sindicalista inglesa Henrietta Law.
Fue un paso tan importante que Marx relata haber recibido numerosas cartas de mujeres queriendo afiliarse a la Internacional. Tanto que él, personalmente, presentó una moción al Consejo General para que se organizasen secciones especiales de mujeres trabajadoras en las fábricas y zonas industriales de las ciudades donde hubiese grandes concentraciones de trabajadoras, alertando que eso no debía, de forma alguna, interferir en la construcción de secciones mixtas.
Desde 1865 hasta mediados de la década de 1880, el movimiento socialista en Alemania estaba dividido entre los seguidores de Ferdinand Lasalle, y los marxistas, dirigidos por Wilhelm Liebknecht y August Bebel. En 1875, los dos grupos se unieron en un único partido, el SPD (Partido Social-Demócrata Alemán, el mayor partido socialista de la época anterior a la I Guerra Mundial), pero mantuvieron serias divergencias dentro de la organización. La cuestión de la mujer fue una de ellas. Los lasalleanos (seguidores de Ferdinand de Lasalle) se oponían a exigir la igualdad de derechos para la mujer como parte del programa del partido. Opinaban que las mujeres eran criaturas inferiores, cuyo lugar predestinado era el hogar, y la victoria del socialismo, asegurando al marido un salario adecuado para abastecer a toda la familia, las haría regresar a su hábitat natural, ya que no tendrían que trabajar por un salario. Los primeros programas de los socialdemócratas alemanes exigían apenas «plenos derechos políticos para los adultos», dejando ambigua la cuestión de si la mujer era considerada adulta o no.
La ideología de que el «lugar de la mujer es el hogar» tuvo como uno de sus mayores impulsores al pensador francés Proudhon, cuyas ideas repercutieron en los sindicatos y también entre los dirigentes de la I Internacional. Él defendía ardorosamente ideas muy semejantes a las de los padres de la Iglesia, los teólogos que construyeron la teología del catolicismo en la Edad Media. Respetado en los medios políticos, inclusive de izquierda, e intelectuales y obreros de toda Europa, Proudhon defendía que la función de la mujer era la procreación y las tareas domésticas; aquella que trabajaba (fuera de la casa) estaba robando el trabajo del hombre. Él llegó a proponer que el marido tuviese derecho de vida o muerte sobre su mujer, por desobediencia o mal carácter, que demostraba, mediante una relación aritmética, la inferioridad del cerebro femenino sobre el masculino.
El preconcepto contra las mujeres envenenó a tal ponto al movimiento obrero que, en 1867, los dirigentes de la Internacional Socialista fueron capaces de hacer la siguiente declaración solemne:
«En nombre de la libertad de conciencia, en nombre de la iniciativa individual, en nombre de la libertad de las madres, debemos arrancar de la fábrica que la desmoraliza y la mata, a esa mujer que soñamos libre... La mujer tiene por objetivo esencial el de ser madre de familia, ella debe permanecer en el hogar, el trabajo debe serle prohibido».
Y en 1875, en el Congreso de Gotha, los socialistas alemanes, sensibles a las ideas de Proudhon, se oponen al grupo marxista dirigido por Bebel, que quería inscribir en el programa del partido la igualdad del hombre y de la mujer. El Congreso derrotó a Bebel afirmando que «las mujeres no están preparadas para ejercer sus derechos».
En 1866, Marx presenta a la Internacional Socialista una resolución en favor del trabajo de los niños y de las mujeres, con la condición de que sean reglamentados por ley. Él pensaba que el trabajo no podia separarse de la educación y era benéfico para los seres humanos. En El Capital, Marx escribió que:
«Si los efectos inmediatos (del trabajo de los niños y de las mujeres) son terribles y repugnantes, no por eso deja de contribuir al dar a las mujeres, jóvenes e niños de ambos sexos una parte importante, en el proceso de producción, fuera del medio doméstico, en la creación de nuevas bases económicas, necesarias para una forma más elevada de familia y de relación entre los dos sexos».
A pesar de haber sido con otras palabras, lo mismo dice Engels:
«Parece que la emancipación de la mujer, su igualdad de condición con el hombre es, y continúa siendo imposible, mientras la mujer permanezca excluida del trabajo social productivo y debe limitarse al trabajo privado doméstico... La liberación de la mujer tiene como condición primera la incorporación de todo el sexo en la industria pública» (El Origen de la Familia).
Hasta mediados del siglo XIX, la idea de que la mujer tiene que quedarse en casa permaneció casi inalterada, pero la realidad otra vez se mostró más fuerte: pese a toda la ideología, la mujer trabajaba porque precisaba sobrevivir.
En 1883, August Bebel publicó el libro La mujer y el socialismo, que colaboró mucho para transformar la discusión sobre la cuestión de la mujer. A pesar de haber salido un año antes del libro de Engels, El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado, el trabajo de Bebel es básicamente un desarrollo de las ideas de Engels. Explica las raíces profundas de la opresión de la mujer, las formas que adoptó a lo largo de los siglos, del significado históricamente progresivo de la integración de la mujer en la producción industrial y la necesidad de la revolución socialista para abrir el camino para la liberación de la mujer. El libro causó sensación no sólo en Alemania, sino en toda a Europa, y ayudó en la formación de varias generaciones de marxistas.
En cuanto al libro de Engels, se volvió un clásico que, hasta hoy, guía las discusiones sobre el origen de la opresión de la mujer. Socialista científico, Engels partió de los descubrimientos históricos hechos hasta entonces sobre el origen de la opresión de la mujer, de la familia y del matrimonio. Los primeros historiadores, entre ellos Bachofen y Morgan, que desarrollaron sus pesquisas en siglo XIX, afirmaron que la mujer no siempre fue oprimida y, en algunas sociedades primitivas, hubo un período en que había matriarcado, el predominio de la mujer en las tribus. Estas afirmaciones fueron tan revolucionarias para la época que provocaron un verdadero escándalo en las sociedades conservadoras y, sobre todo, entre los religiosos. Marx e Engels dieron gran importancia a estos descubrimientos, que incorporaron en sus estudios sobre el surgimiento de la propiedad privada de los medios de producción.
Fue en base a ellas que Engels escribió El Origen de la Familia, de la Propiedad Privada y del Estado, publicado en 1884, obra que sirvió de gran impulso para que el movimiento revolucionario pasara a integrar en su seno la lucha por la emancipación de la mujer.
Los descubrimientos hechos por la antropología del siglo XX nos permiten concluir que la monogamia no surgió con la propiedad privada, como creía Engels, sino antes de ella, ya con la explotación. La propiedad privada sólo acentuó, de forma brutal, la opresión de la mujer, y la consolidó. Sin embargo, el gran mérito de Engels fue asociar el surgimiento de la opresión de la mujer con una causa económica y no natural o psíquica. Para él, el surgimiento de la monogamia no fue, de forma alguna, fruto del amor sexual individual, sino pura convención. Fue la primera forma de familia que tuvo por base condiciones sociales y no naturales. Y fue, más que nada, el triunfo da propiedad individual sobre el comunismo espontáneo primitivo.
Engels definió la abolición del derecho materno como la «gran derrota del sexo femenino».«El hombre se apoderó también de la dirección de la casa; la mujer fue inferiorizada, dominada, pasó a ser la esclava de su placer e un simple instrumento de reproducción. Esta situación degradada de la mujer, tal como se manifestó sobre todo entre los griegos de los tiempos heroicos, y más aún en los tempos clásicos, fue gradualmente retocada y disimulada, en ciertos lugares incluso fue revestida de formas más suaves; pero de ninguna forma fue suprimida» (El Origen de la Familia, p.66).
Preponderancia del hombre en la familia y procreación de hijos que sólo podían ser de él y destinados a ser sus herederos. En todo el resto, el matrimonio era una carga, un deber. Engels recuerda que:
«La monogamia fue un gran progreso histórico pero, al mismo tempo inaugura, juntamente con la esclavitud y la propiedad privada, aquella época que aún dura en nuestros días y em la cual cada progreso es, al mismo tiempo, un retroceso relativo, en que la ventura y el desarrollo de unos se da al costo de la desventura y la represión de otros. Es la forma celular de la sociedad civilizada, en la cual ya podemos estudiar la naturaleza de las contradicciones y de los antagonismos que se propagan y crecen plenamente en esta sociedad». (El Origen de la Familia, p. 76)
Es cierto que los descubrimientos hechos por la antropología del siglo XX actualizan la obra de Engels y corrigieron ciertas imprecisiones, pero ella continúa siendo la base para el programa marxista con relación a la mujer porque tira por tierra la concepción burguesa de que ella ya nació oprimida, y que la causa de la opresión es su inferioridad natural con relación al hombre. DEMUESTRA QUE LA CAUSA DE LA OPRESIÓN DE LA MUJER ES FUNDAMENTALMENTE ECONÓMICA Y NO HISTÓRICA Y, POR LO TANTO, PARA ACABAR CON ELLA ES PRECISO TRANSFORMAR LA SOCIEDAD.
La mujer en la II Internacional (1889)
Si la I Internacional significó la conquista de la vanguardia proletaria para el marxismo, la II Internacional llevó millones de trabajadores a sus concepciones. Fue la Internacional más característica de la era reformista, pues fue el período en que más concesiones se arrancaron, como vacaciones, aumentos salariales, legislación social y laboral y otras. Con relación a la cuestión de la mujer, la lucha por derechos democráticos (igualdad política, derecho de afiliación a los partidos y derecho de voto) fue la que más agitó a la II Internacional.
Iniciada en los Estados Unidos, la lucha sufragista fue la primera lucha feminista internacionalista; involucró mujeres de varios países del mundo e incorporó los métodos tradicionales de lucha de la clase trabajadora, como marchas masivas, asambleas, huelgas de hambre y enfrentamientos brutales con la policía, en los cuales muchas activistas fueron presas y asesinadas.
En el campo socialista, la lucha sufragista fue dirigida por la II Internacional, dividida entre los reformistas, que defendían el derecho de voto sólo para los hombres (ellos creían que las mujeres votarían en los partidos católicos reaccionarios) y los marxistas, defensores del voto universal. La dirigente política feminista marxista más importante de la II Internacional, y también de la III, fue Clara Zetkin, miembro del SPD. En el Congreso de Stuttgart, em 1907, ella defendió la posición de los marxistas, que salió vencedora. La II lanzó una campaña internacional por el sufragio femenino, con movilizaciones de masas en diversos países.
El partido más importante de la II Internacional era el SPD que, en 1891, año en que el ala izquierda consiguió aprobar un programa básicamente marxista, pasó a exigir derechos políticos para todos, independientemente del sexo, y la abolición de todas las leyes que discriminaban a mujer.
Después que los lasalleanos dejaron de existir como tendencia dentro del SPD, surgió una nueva corriente reformista dentro del partido, que presionaba por la adaptación al status quo capitalista. Clara Zetkin, del ala izquierda marxista, dirigió el movimiento socialista de la mujer durante todo el período anterior à guerra y combatió, dentro del SPD, por desarrollar una perspectiva revolucionaria sobre la lucha por la emancipación de la mujer. En 1914, cuando la mayoría de la dirección del SPD capituló ante el imperialismo alemán y votó por la defensa de su «propia» burguesía en la I Guerra Mundial, Clara Zetkin fue uno de las pocos dirigentes do partido, junto con Rosa Luxemburgo e Karl Liebknecht, en romper con el SPD y mantener una posición internacionalista revolucionaria.
En la década de 1890, el SPD se concentró, en primer lugar, en la organización sindical de las mujeres, y logró algunas conquistas importantes. En 1896, por propuesta de Clara Zetkin, el partido aprobó una moción para iniciar el desarrollo de organizaciones especiales para una actividad política más amplia entre las mujeres. Además de trabajar por los objetivos generales del partido, se concentraron en banderas feministas, como igualdad política, licencia por maternidad, legislación de protección para la mujer trabajadora, educación y protección para los niños y educación política para as mujeres.
Hasta 1908, en la mayor parte de Alemania, las mujeres tenían prohibido afiliarse a cualquier grupo político. Para burlar esto, el SPD organizó decenas de «sociedades para la autoeducación de las trabajadoras», organizaciones libres que estaban parcialmente fuera de los límites del partido, pero estrechamente ligadas a él. Desde 1900 en adelante, se organizaron conferencias bianuales de mujeres socialistas para unificar esos grupos e darles una dirección.
Después de 1908, las mujeres pudieron a afiliarse legalmente al SPD, y lo hicieron en las organizaciones especiales de mujeres del partido. Pero continuaron manteniendo su propio periódico, Igualdad, dirigido por Clara Zetkin. Este fue uno de los periódicos femeninos más importantes del mundo, cuya circulación superaba los 100 mil ejemplares, hasta 1912.Sin embargo, a pesar de estos avances, las reivindicaciones de la mujer se volvieron realidad, por primera vez, en Rusia, con la revolución de 1917.
La Revolución Rusa y la mujer
La revolución socialista en Rusia significó una revolución también en la situación de la mujer en el mundo entero. Por primera vez un país tomaba medidas concretas para alcanzar la igualdad entre hombres e mujeres.
La mujer rusa tomó parte activa en todo el proceso revolucionario, a pesar (y, quién sabe, por eso mismo) de la enorme carga de opresión secular y brutal que pesaba sobre sus hombros, sobre todo entre las mujeres campesinas. Pero la vorágine revolucionaria empujó al frente a la mujer trabajadora rusa que, ya en aquellos años, tenía un papel decisivo en la producción, concentrada en las grandes fábricas.
La historia de la revolución, si bien no siempre es fácil encontrar las citas, está repleta de ejemplos sobre la abnegación, la garra y el coraje demostrados por las obreras rusas en aquellos días terribles y decisivos.
La revolución de febrero de 1917 (antesala de la revolución decisiva de octubre) se inició el Día Internacional de la Mujer, con manifestaciones masivas de mujeres en Petrogrado contra la miseria provocada por la participación de Rusia en la I Guerra Mundial. La guerra había empujado a la mujer rusa al mercado de trabajo y, en 1917, la tercera parte de los obreros industriales de Petrogrado eran mujeres. En las áreas de producción textil de la región industrial del centro, el 50%, o más de la fuerza de trabajo, estaba compuesta por mujeres.
La militancia femenina era disputada palmo a palmo por las diversas tendencias políticas. Tanto los bolcheviques como los mencheviques tenían periódicos especiales para la mujer trabajadora, como el Rabotnitsa, publicado por los bolcheviques y el Golos Rabotnitsy, por los mencheviques. Los llamados social-revolucionarios (SR), que luchaban por una democracia burguesa en Rusia, por su parte, propusieron la creación de una «unión de las organizaciones democráticas de mujeres», que uniría los sindicatos y los partidos bajo la bandera de una república democrática. Fue en aquellos días que surgió la Liga por los Derechos Iguales para la Mujer, exigiendo el derecho de voto para las mujeres, acompañando la batalla que ellas libraban en el mundo entero por sus derechos civiles.
Pero en Rusia, con la revolución socialista, ellas conquistaron mucho más que derechos democráticos. Por primera vez, un país legisló que el salario femenino sería igual al masculino por el mismo trabajo. Tanto que, al finalizar la Segunda Guerra, contrariamente a lo que ocurrió en los países capitalistas, en la URS se conservó la mano de obra femenina y se buscaron los medios para que éstas tuviesen mayor calificación. Había mujeres en todos los sectores de la producción: en las minas, en la construcción civil, en los puertos, en fin, en todas las ramas de la producción industrial e intelectual.
Sin embargo, poco después de la toma del poder por los soviets, la cuestión de la mujer enfrentó el duro embate con la realidad. De hecho, fue la primera vez en la historia que pasó del plano de la discusión para la práctica.
En un país atrasado, como Rusia, con relación a las cuestiones morales e culturales, con una enorme carga de preconceptos arraigados hacía siglos, lo que caracteriza, en general, a los países predominantemente campesinos, la cuestión de la emancipación de la mujer asumía, en aquellos momentos difíciles para el joven estado obrero, contornos tan complejos como muchos de los otros aspectos relativos a la transformación hacia el socialismo.
Por eso, Lenin y Trotsky, juntamente con muchas dirigentes mujeres, además de dedicarse a «explicar pacientemente» a las masas, sobre todo a las mujeres, cuales era las tareas generales del movimiento obrero femenino de la República Soviética, no esperaron para tomar las primeras medidas en ese terreno y revertir la situación humillante a la cual estaba sometida la mujer rusa hacía siglos.
Esta tarea tenía dos aspectos fundamentales:1) la abolición de las viejas leyes que colocaban a la mujer en situación de desigualdad con relación al hombre y,2) la liberación de la mujer de las tareas domésticas, que exigía una economía colectiva en la cual ella participase en igualdad de condiciones con el hombre.
Con relación al primer aspecto, desde los primeros meses de su existencia, el Estado Obrero concretó la mudanza más radical en la legislación referente a la mujer. Todas las leyes que colocaban a la mujer en una situación de desigualdad con relación al hombre fueron abolidas. Entre ellas, las referentes al divorcio, a los hijos naturales y la pensión alimenticia. Fueron abolidos también todos los privilegios ligados a la propiedad que se mantenían en provecho del hombre en el derecho familiar. De esta forma, la Rusia Soviética, sólo en los primeros meses de su existencia, hizo más por la emancipación de la mujer que el más avanzado de los países capitalistas en todos os tempos.
Fueron introducidos decretos estableciendo la protección legal para las mujeres y los niños que trabajaban, el seguro social, igualdad de derechos para las mujeres con relación al matrimonio.
Con la acción política del Zhenotdel, el departamento femenino del Partido Bolchevique, las mujeres conquistaron el derecho al aborto legal y gratuito en los hospitales del Estado. Pero no se incentivaba la práctica del aborto y quien cobraba para practicarlo era punido. La prostitución y su uso eran descritos como «un crimen contra los vínculos de camaradería y solidaridad», pero el Zhenotdel propuso que no hubiese penas legales para ese crimen. Se intentó atacar las causas de la prostitución mejorando las condiciones de vida y trabajo de las mujeres y se dio inicio a una amplia campaña contra los «resquicios de la moral burguesa».
La primera Constitución de la República Soviética, promulgada en julio de 1918, dio a la mujer el derecho de votar y ser electa para cargos públicos. Sin embargo, igualdad ante la ley aún no es igualdad de hecho. Para la plena emancipación de la mujer, para su igualdad efectiva con relación al hombre es necesaria una economía que la libre del trabajo doméstico y en la cual ella participe de forma igualitaria al hombre. La esencia del programa bolchevique para la emancipación de la mujer era su liberación final del trabajo doméstico por medio de la socialización de estas tareas. Lenin insistía en que el papel de la mujer dentro de la familia era a llave de su opresión:
Independientemente de todas las leyes que emancipan a la mujer, ésta continúa siendo una esclava, porque el trabajo doméstico oprime, estrangula, degrada y la reduce a la cocina y al cuidado de los hijos, y ella desperdicia su fuerza en trabajos improductivos, intranscendentes, que agotan sus nervios e la idiotizan. Por eso, la emancipación de la mujer, el comunismo verdadero, comenzará solamente cuando y donde se inicie una lucha sin cuartel, dirigida por el proletariado, dueño del poder del estado, contra esa naturaleza del trabajo doméstico, o mejor, cuando se inicie su transformación total, en una economía a gran escala (jul.1919).
En las condiciones de Rusia, esta era la parte más difícil de la construcción del socialismo y la que requería más tiempo para ser concretada. El Estado Obrero comenzó por crear instituciones como comedores y guarderías modelo para liberar a la mujer del trabajo doméstico. Y eran justamente las mujeres quienes más se empeñaban en su organización. Estas instituciones, instrumentos de liberación de la mujer de su condición de esclava doméstica, surgían en todas las partes donde era posible, pero incluso así fueron pocas para las necesidades.
Rusia estaba en guerra civil, siendo atacada por sus enemigos, y las mujeres tuvieron que asumir, junto con los hombres, las tareas de la guerra y de defensa del Estado Obrero. Muchas de esas instituciones fueron creadas y funcionaron perfectamente, mostrando su acierto y la necesidad de su expansión y mantenimiento.
Por otro lado, los dirigentes soviéticos, Lenin al frente, llamaban a las mujeres a tomar parte cada vez mayor en la gestión de las empresas públicas y en la administración del Estado, y que también fueran candidatas a delegadas en los soviets. En un discurso de homenaje al Día Internacional de la Mujer, en marzo de 1920, Lenin se dirigió así a las mujeres rusas:
«El capitalismo unió una igualdad puramente formal a la desigualdad económica y, por consecuencia, social. Y una de las manifestaciones más fuertes de esa inconsecuencia es la desigualdad de la mujer y del hombre. Ningún Estado burgués, por más democrático, progresivo y republicano que sea, reconoce la entera igualdad de los derechos del hombre y de la mujer. La República de los Soviets, por el contrario, destruyó de un sólo golpe, sin excepción, todos los trazos jurídicos de la inferioridad de la mujer y también de un sólo golpe le aseguró, por ley, la igualdad más completa». (Obras Escogidas)
Él recuerda que se acostumbra decir que el nivel de un pueblo se caracteriza mejor por la situación jurídica de la mujer. Bajo este punto de vista, sólo la dictadura del proletariado, sólo el Estado socialista, pueden alcanzar y alcanzan el grado más alto de cultura. Sin embargo, esto no es suficiente. El movimiento obrero femenino ruso no se contentó con una igualdad puramente formal y asumió una tarea ardua y larga, porque exige una transformación radical de la técnica social y de las costumbres, y luchar por la igualdad económica y social de la mujer, haciendo que ella participase del trabajo productivo social, libertándola de la esclavitud doméstica, que es siempre improductiva e embrutecedora.
Las resoluciones de la III Internacional sobre la cuestión de la mujer (1919)
La Tercera Internacional surgió al calor de la Revolución Rusa y su programa con relación a la cuestión de la mujer incorporó las experiencias soviéticas. En el libro Recuerdos de Lenin, Clara Zetkin describe las opiniones de Lenin sobre la cuestión de la mujer, expresadas en dos encuentros que ambos tuvieron en Moscú, en 1920. Ella estaba encargada de elaborar la resolución sobre el trabajo entre las mujeres para ser presentada en el Tercer Congreso de la Internacional, en 1921, y fue discutir con Lenin.
En primer lugar, Lenin insistió en que la resolución debería enfatizar «la conexión inquebrantable entre la posición humana y social de la mujer y la propiedad privada de los medios de producción». Para mudar las condiciones de opresión de la mujer en el seno de la familia, los comunistas se deben esforzar por unir el movimiento de la mujer con «la lucha de la clase proletaria y la revolución».
Con relación a las cuestiones organizativas, la polémica que recorría el partido era si las mujeres debían o no organizarse de forma separada. Sobre esto, Lenin recordaba que«Nosotros deducimos nuestras ideas organizativas de nuestras concepciones ideológicas. No queremos organizaciones separadas de mujeres comunistas. Una comunista es miembro del partido tanto como el comunista. Tienen los mismos derechos y deberes. Sin embargo, no debemos cerrar los ojos a los hechos. El partido debe contar con organismos (grupos de trabajo, comisiones, comités, secciones o como se los quiera llamar) con el objetivo específico de despertar a las amplias masas de mujeres...»
Clara Zetkin comentó que muchos miembros del partido la acusaron, por hacer propuestas parecidas, de cometer un desvío socialdemócrata, ya que si los partidos comunistas concedían la igualdad a las mujeres, ellas debían, por eso, desarrollar su trabajo sin diferencias entre los obreros en general. Lenin argumentó que la «pureza de los principios» no puede entrar en choque con las necesidades históricas de la política revolucionaria. Todo ese discurso cae por tierra delante de las necesidades impuestas por la realidad. Interrogándose por qué en ningún lugar hay igual número de hombres y de mujeres en el partido, incluso en la Rusia Soviética, y por que es tan bajo el número de mujeres en los sindicatos, él defendió la necesidad de levantar las reivindicaciones especiales en favor de todas las mujeres, de las obreras y camposinas e, inclusive, de las mujeres de las clases poseedoras, que también sufren en la sociedad burguesa.
Por último, Lenin criticó a las secciones nacionales de la Comintern que adoptaban una actitud pasiva, de esperar y ver, cuando llega el momento de crear un movimiento masivo de mujeres trabajadoras bajo la dirección comunista. Atribuía la debilidad del trabajo sobre la mujer en la Internacional a la persistencia de ideas machistas que llevaban a la subestimación de la importancia vital de construir un movimiento de masas de la mujer. Por eso, creaía que la resolución para el Tercer Congreso Mundial de la Comintern era muy importante.
La resolución adoptada en junio de 1921 trataba dos aspectos políticos e organizativos de la orientación da Internacional. Con relación a los aspectos políticos, la «Tesis sobre el trabajo de propaganda entre las mujeres» destaca la necesidad de la revolución socialista para conseguir a liberación de la mujer, y la necesidad de que los partidos comunistas conquistaran el apoyo de las masas de mujeres si querían conducir la revolución socialista a la victoria. Ninguno de los dos objetivos se puede conseguir sin el otro. Si los comunistas fracasan en la tarea de movilizar a las masas de mujeres del lado de la revolución, las fuerzas políticas reaccionarias se esforzarán por organizarlas contra ellos.
Afirma también que «no existen cuestiones femeninas especiales». Con eso no querían decir que no hubiesen problemas que afectasen especialmente a las mujeres o reivindicaciones especiales en torno de las cuales las mujeres pueden ser movilizadas; significa sólo que no existe problema que afecte a la mujer y no sea también una cuestión social más amplia, de interés vital para el movimiento revolucionario, por lo cual tanto los hombres como las mujeres deben luchar. No se dirigía contra la exigencia de levantar reivindicaciones especiales para las mujeres, sino precisamente al contrario, para explicar a los trabajadores y trabajadoras más atrasados que tales reivindicaciones no pueden ser descartadas como «preocupaciones femeninas» sin importancia.
La resolución también condenaba el feminismo burgués, refiriéndose al sector del movimiento feminista que pensaba que se podía alcanzar la liberación de la mujer reformando el sistema capitalista. Exortaba a las mujeres a repudiar esta orientación.
Sobre los aspectos organizativos, explicaba porque no podia existir uma organización aparte para las mujeres dentro del partido y, por otro lado, porque debe haber organismos especiales del partido para trabajar entre las mujeres. Volvía obligatorio, casi una condición para ser miembro de la Internacional Comunista, que toda sección organizase una comisión de mujeres, estructura que funcionaría en todos los niveles del partido, desde la dirección nacional hasta las secciones o células. Instruía a los partidos para garantizar que por lo menos una camarada tuviese la tarea permanente de dirigir ese trabajo a nivel nacional. y creaba una Secretaría Internacional de la mujer para supervisar el trabajo y convocar, cada seis meses, conferencias regulares de representantes de todas las secciones para discutir y coordinar su actividad.
Por último, la resolución trataba dos tipos concretos de acciones que podían ayudar a movilizar a las mujeres en todo el mundo. Incluían manifestaciones y greves, conferencias públicas que involucrasen a las mujeres sin partido, cursos, escuelas de cuadros, envío de miembros del partido a las fábricas donde trabajase un gran número de mujeres, utilización del periódico del partido etc. Los sindicatos y las asociaciones profesionales de mujeres eran señaladas como los terrenos centrales de la actividad. Esta resolución fue aplicada dentro de la Internacional de forma muy desigual, debido a los diferentes niveles de desarrollo de las secciones.
En el Cuarto Congreso, a finales de 1922, se reafirmó la línea esencial de la resolución de 1921. El Congreso llamó la atención sobre el hecho de que algunas secciones, no especificadas, no hubiesen aplicado las decisiones del último congreso. Se mencionó especialmente el trabajo efectivo entre las mujeres hecho por la sección china, que había organizado a las mujeres según la línea marcada por el Tercer Congreso. La Comintern daba mucha importancia al trabajo entre las mujeres más oprimidas de los países coloniales.Las concepciones marxistas sobre la emancipación de la mujer y su papel en la lucha por el socialismo fueron transformadas en tesis y resoluciones durante el Tercer Congreso de la Internacional Comunista, reunido en 1921, antes, por lo tanto, del período estalinista. Este evento, de importancia histórica para el movimiento socialista mundial, trazó un programa y una orientación para el trabajo entre las mujeres que, por su claridad y coherencia con los principios do marxismo, no fueron superados hasta hoy por ninguna otra organización obrera. Por eso, continúan siendo válidos.
En primer lugar, la Internacional Comunista deja bien definida su posición de que la liberación de la mujer de la injusticia secular, de la esclavitud y de la falta de igualdad de la cual es víctima en el capitalismo sólo será posible con la victoria del comunismo.Lo que el comunismo dará a la mujer, en ningún caso el movimiento feminista burgués podrá darlo. Mientras exista a dominación del capital y de la propiedad privada, la liberación de la mujer no será posible.
La mujer acababa de conquistar el derecho de voto, y la Internacional alertaba que esto, a pesar de ser importante, no suprimía la causa primordial de la servidumbre de la mujer en la familia y en la sociedad y no solucionaba el problema de las relaciones entre los sexos.La igualdad no formal sino real de la mujer, sólo será posible en un régimen donde la mujer de la clase obrera sea dueña de sus instrumentos de producción y distribución, participando de su administración y teniendo la obligación del trabajo en las mismas condiciones que todos los miembros de la sociedad trabajadora; o sea, esa igualdad sólo es realizable después de la destrucción del sistema capitalista y su substitución por formas económicas comunistas.
Sobre a cuestión de la maternidad, la Internacional no deja dudas también de que sólo en el comunismo esta función natural de la mujer no entrará en conflicto con las obligaciones sociales y no impedirá su trabajo productivo. Sin embargo, aclara que el comunismo es el objetivo último de todo el proletariado, «por eso, la lucha de la mujer y del hombre debe ser dirigida de forma inseparable».
Y, lo más importante, es que la que fue una de las organizaciones internacionales más activas de la causa de los trabajadores confirma los principios fundamentales del marxismo, según los cuales no existen problemas específicamente femeninos y que la mujer obrera tiene que mantenerse junto a su clase, y no unirse a la mujer burguesa.
Toda relación de las obreras con el feminismo burgués y las alianzas de clase debilitan las fuerzas del proletariado y retardan la revolución social, impidiendo así la realización del comunismo y la liberación de la mujer.
Por fin, la Internacional refuerza el principio de que el comunismo sólo será alcanzado con la unión de todos los explotados y no con la unión de las fuerzas femeninas de las dos clases opuestas. Termina llamando a todas las mujeres trabajadoras a tener una participación activa y directa en las acciones de masas, tanto en el marco nacional como a escala internacional.
La IV Internacional (1938)
El programa y los métodos revolucionarios de los primeros tiempos de la III no murieron con la estalinización de la III y la contrarrevolución política en la URS, a finales de la década de 1920. Tuvieron continuidad en la Oposición de Izquierda Soviética y después en la Oposición de Izquierda Internacional, que dieron origen a la IV Internacional, dirigida por Leon Trotsky.
Con Stalin, la burocracia impuso a la revolución un régimen de opresión cada vez más destructivo, en todas las esferas, que resultó en un retroceso enorme de todas las conquistas hechas por la mujer en la Revolución de Octubre. La familia fue recolocada en su pedestal, el aborto volvió a ser ilegal, el divorcio se volvió cada vez más difícil, la prostitución y la homosexualidad volvieron a ser considerados crímenes, las guarderías fueron cerradas o fueron reducidos sus horarios.
En su libro La Revolución Traicionada, Trotsky dedicó un capítulo entero a las consecuencias de la reacción estalinista sobre la mujer y la familia, titulado «La familia, la juventud y la cultura». Explica las causas materiales que impidieron a la revolución proporcionar las alternativas necesarias al sistema familiar y por qué la burocracia se veía obligada, en su propio interés, a reforzar la familia y profundizar la opresión de la mujer. Después de afirmar que «la Revolución de Octubre cumplió honradamente su palabra con relación a la mujer», recuerda que:
«No fue posible tomar de asalto la antigua familia, y no por falta de buena voluntad; tampoco porque la familia estuviese tan firmemente arraigada en los corazones. Por el contrario, después de un corto período de desconfianza en relación al Estado y sus guardería, jardines de infancia y sus diversos establecimientos, las obreras y, después de ellas, las campesinas más avanzadas, apreciaron las inmensas ventajas de la educación colectiva y de la socialización de la economía familiar».
Pero recuerda que todos estos avances sufrieron un retroceso con la burocratización del Estado Obrero:
«Por desgracia, la sociedad fue demasiado pobre y demasiado poco civilizada. Los recursos reales del Estado no correspondían a los planes y a las intenciones del partido comunista. La familia no puede ser abolida: es preciso substituirla. La verdadera emancipación de la mujer es imposible en el terreno de la ‘miseria socializada’. La experiencia reveló muy rápidamente esta dura verdad, formulada hace cerca de 80 años por Marx.»
Trotsky continúa explicando porque esos avances sufrieron un retroceso:
«Durante los años de hambre, los obreros se alimentaron tanto como pudieron (con sus familias en ciertos casos) en los comedores de las fábricas o en los establecimientos análogos, y este hecho fue interpretado oficialmente como el advenimiento de las costumbres socialistas. No hay necesidad de detenernos aquí en las particularidades de los diversos períodos (comunismo de guerra, NEP o primer plan quinquenal) a este respecto. El hecho es que desde la supresión del racionamiento del pan, en 1935, los obreros mejor pagos comenzaron a volver a la mesa familiar. Sería erróneo ver em esta retirada una condena del sistema socialista que no había sido puesto a prueba. Sin embargo, los obreros y sus mujeres juzgaron implacablemente ‘la alimentación social’ organizada por la burocracia. La misma conclusión se impone para las lavanderías socializadas, en las cuales se roba y se arruina la ropa más de lo que se lava. ¡De vuelta al hogar! Pero la cocina y el lavado de ropas en domicilio, actualmente defendidas de forma confusa por los oradores y los periodistas soviéticos, significan el retorno de las mujeres a las ollas y tanques, o sea, a la vieja esclavitud. Es muy dudoso que la resolución de la Internacional Comunista sobre ‘la victoria completa y sin retroceso del socialismo en la URSS’ sea, después de esto, muy convincente para las dueñas de casa de los suburbios».
En 1938, en un artículo titulado «¿El gobierno soviético aún sigue los principios adoptados hace veinte años?», Trotsky resumía el proceso por el cual fueron anuladas las conquistas obtenidas por la mujer después de la revolución:
«La posición de la mujer es el indicativo más claro y elocuente para evaluar un régimen social y la política del Estado. La Revolución de Octubre inscribió en su bandera la emancipación de la mujer y creó la legislación más progresiva de la historia sobre el casamiento y la familia. Esto no quiere decir, claro, que sólo eso bastase para que la mujer soviética tuviera, inmediatamente, una ‘vida feliz’. La verdadera emancipación de la mujer es inconcebible sin un aumento general de la economía y de la cultura, sin la destrucción de la unidad económica familiar pequeño-burguesa, sin la introducción de la elaboración socializada de los alimentos y sin la educación. Sobre esto, guiada por su instinto de conservación, la burocracia se asustó con la ‘desintegración’ de la familia. Comienza a hacer elogios a la vida en familia, o sea, a la esclavitud doméstica de la mujer. Como si no bastase, la burocracia restauró la penalización criminal del aborto, haciendo a la mujer retroceder oficialmente a la posición de animal de carga. En completa contradicción con el ABC del comunismo, la casta dominante restableció de este modo el núcleo más reaccionario y obscurantista del régimen clasista, es decir, la familia pequeño-burguesa» (Escritos, 1937-38).
A finales de la década de 1960 y durante la de 1970 se dio en Europa y en los Estados Unidos (con reflejos en los países del Tercer Mundo) una oleada de luchas de las mujeres por sus derechos, que conquistó en muchos países importantes reivindicaciones. Entre ellas, el derecho de divorcio en Italia y el derecho al aborto en Francia, Italia, Inglaterra y Estados Unidos. Estas movilizaciones generaron un intenso debate dentro del marxismo sobre el carácter de las luchas de las mujeres, las raíces de su opresión y el camino para eliminarla.
Mary-Alice Waters, dirigente del SWP (Socialist Workers Party), de los Estados Unidos, elaboró un documento que fue, posteriormente, adoptado por el Secretariado Unificado de la IV Internacional, encabezado por Ernest Mandel. En él, Waters proponía una unidad de todas las mujeres en un movimiento autónomo policlasista e independiente. Según ella, las mujeres de todas las clases lucharán cada día más unidas entre sí frente al capitalismo, que es el enemigo común, en una dinámica que no parará hasta derrotarlo.
Para retomar las posiciones del trotskismo, la Fracción Bolchevique de la IV Internacional, antecesora de la LIT-CI, lanzó, en 1980, el documento titulado «Las tareas del trotskismo entre las mujeres», que no sólo respondió al documento de Waters sino que hasta hoy sirve de orientación para el trabajo y las posiciones marxistas sobre la cuestión. Este documento afirma que la unidad de las mujeres por encima de las clases es imposible debido a las contradicciones políticas y sociales de la lucha entre la revolución y la contrarrevolución. Los trotskistas deben apoyar y hacer unidad de acción en las luchas por las reivindicaciones democráticas específicas de las mujeres, pero su participación en tales movimientos tiene como objetivo ganar a las mujeres, principalmente a las obreras, a través de la movilización, para que rompan con la burguesía y el reformismo y se unan a su clase y al partido revolucionario. Reafirma que los trotskistas están en la primera fila de la lucha por las reivindicaciones contra la opresión de la mujer y, para eso, su programa debe contemplar las demandas democráticas como aborto libre y gratuito, divorcio o plena igualdad legal. Por las demandas de las obreras y mujeres pobres, como salario igual para trabajo igual, reducción de la jornada, guarderías, restaurantes y lavanderías colectivas, por un salario para el ama de casa y pleno empleo para la mujer. Exige representación de las mujeres en las direcciones sindicales y la creación de comisiones femeninas en los sindicatos. Por la defensa de las condiciones de vida de la familia obrera y campesina; por servicios públicos de salud, educación y recreación gratuitos, y por subsidios para los hijos. Concluye afirmando que ese programa democrático y transicional tiene un único objetivo: la movilización de las mujeres obreras y pobres junto a su clase, por la toma del poder por el proletariado y la revolución socialista mundial, que es la única que podrá garantizar la igualdad plena y permanente de las mujeres y de todos los oprimidos.
Bajo nuevas bases, el mismo combate que se libraba en la I Internacional entre los marxistas revolucionarios y los reformistas de todos los matices, sobre el papel de la mujer en la sociedad, si su lugar predestinado es el hogar o el mundo entero, continúa hasta hoy. Firmes en la defensa de la revolución socialista y la organización de las mujeres trabajadoras y pobres en las filas revolucionarias, al lado de su clase, los marxistas revolucionarios mantienen vivo el combate del movimiento socialista internacional por la liberación de la mujer. En contrapartida, al afirmar que el problema de la mujer es un problema de género, que puede ser resuelto dentro del capitalismo, y que, por eso, las mujeres trabajadoras y pobres deben estar junto con todas las mujeres, apartadas de la lucha de clases, el feminismo reformista retoma lo más atrasado del pasado de la lucha de los trabajadores, de qué el lugar de la mujer es el hogar. Porque, como dice Lenin, la única forma de emancipar a la mujer es emancipar al conjunto de la clase trabajadora por la revolución socialista y la construcción de nuevas bases sociales, sin explotación, sin opresión y con igualdad plena entre hombres y mujeres.
Las reivindicaciones feministas, por José Carlos Mariátegui
Laten en el Perú las primeras inquietudes feministas. Existen algunas células, algunos núcleos de feminismo. Los propugnadores del nacionalismo a ultranza pensarían probablemente: he ahí otra idea exótica, otra idea forastera que se injerta en la metalidad peruana.Tranquilicemos un poco a esta gente aprensiva. No hay que ver en el feminismo una idea exótica, una idea extranjera. Hay que ver, simplemente, una idea humana. Una idea característica de una civilización, peculiar a una época. Y, por ende, una idea con derecho de ciudadanía en el Perú, como en cualquier otro segmento del mundo civilizado.El feminismo no ha aparecido en el Perú artificial ni arbitrariamente. Ha aparecido como una consecuencia de las nuevas formas del trabajo intelectual y manual de la mujer. Las mujeres de real filiación feminista son las mujeres que trabajan, las mujeres que estudian. La idea feminista prospera entre las mujeres de oficio intelectual o de oficio manual: profesoras universitarias, obreras. Encuentra un ambiente propicio a su desarrollo en las aulas universitarias, que atraen cada vez más a las mujeres peruanas, y en los sindicatos obreros, en los cuales las mujeres de las fábricas se enrolan y organizan con los mismos derechos y los mismos deberes que los hombres. Aparte de este feminismo espontáneo y orgánico, que recluta sus adherents entre las diversas categorías del trabajo femenino, existe aquí, como en otras partes, un feminismo de diletantes un poco pedante y otro poco mundane. Las feministas de este rango convierten el feminismo en un simple ejercicio literario, en un mero deporte de moda.Nadie debe sorprenderse de que todas las mujeres no se reunan en un movimiento feminista único. El feminismo tiene, necesariamente, varios colores, diversas tendencias. Se puede distinguir en el feminismo tres tendencies fundamentals, tres colores sustantivos: feminismo burgués, femininismo pequeño-burgués y feminismo proletario. Cada uno de estos feminismos formula sus reivindicaciones de una manera distinta. La mujer burguesa solidariza su feminismo con el interés de la clase conservadora. La mujer proletaria consustancia su feminismo con la fe de las multitudes revolucionarias en la sociedad futura. La lucha de clases –hecho histórico y no aserción teórica- se refleja en el plano feminista. Las mujeres, como los hombres, son reaccionarias, centristas o revolucionarias. No pueden, por consiguiente, combatir juntas la misma batalla. En el actual panorama humano, la clase diferencia a los individuos más que el sexo.Pero esta pluralidad del feminismo no depende de la teoría en sí mismo. Depende. Más bien, de sus deformaciones practices. El feminismo, como idea pura, es esencialmente revolucionario. El pensamiento y la actitud de las mujeres que se sientan al mismo tiempo feministas y conservadoras carecen, por tanto, de íntima coherencia. El conservatismo trabaja por mantener la organización tradicional de la sociedad. Esa organización niega a la mujer los derechos que la mujer quiere adquirir. Las feministas de la burguesía aceptan todas las consecuencias del orden vigente, menos las que se oponen a las reividicaciones de la mujer. Sostienen tácitamente la tesis absurda de que la sola reforma que la sociedad necesita es la reforma feminista. La protesta de estas feministas contra el orden Viejo es demasiado exclusiva para ser válida.Cierto que las raíces históricas del feminismo están en el espíritu liberal. La revolución francesa contuvo los primeros germens del movimiento feminista. Por primera vez se planteó entonces, en terminus precisos, la cuestión de la emancipación de la mujer. Babeuf, el leader de la conjuración de los iguales, fue un assertor de las reivindicaciones feministas. Babeuf arengaba así a sus amigos: “no impongáis silencio a este sexo que no merece que se le desdeñe. Realzad más bien la más bella porción de vosotros mismos. Si no contáis para nada a las mujeres en vuestra república, haréis de ellas pequeñas amantes de la monarquía. Su influencia sera tal que ellas la restaurarán. Si, por el contrario, las contáis para algo, haréis de ellas Cornelias y Lucrecias. Ellas os darán Brutos, Gracos y Scevolas.” Polemizando con los anti-feministas, Babeuf hablaba de “este sexo que la tiranía de los hombres ha querido siempre anonadar, de este sexo que no ha sido inútil jamás en las revoluciones”. Mas la revolución francesa no quiso acordar a las mujeres la igualdad y la libertad propugnadas por estas voces jacobinas o igualitarias. Los Derechos del Hombre, como una vez he escrito, podían haberse llamado, más bien Derechos del Varón. La democracia burguesa ha sido una democracia exclusivamente masculina.Nacido de la matriz liberal, el feminismo no ha podido ser actuado durante el proceso capitalista. Es ahora, cuando la trayectoria histórica de la democracia llega a su fin, que la mujer adquiere los derechos politicos y jurídicos del varón. Y es la revolución rusa la que ha concedido explícita y categóricamente a la mujer la igualdad y la libertad que hace más de un siglo reclamaban en vano de la revolución francesa Babeuf y los igualitarios.Mas si la democracia burguesa no ha realizado el feminismo, ha creado involuntariamente las condiciones y las premises morales y materials de su realización. La ha valorizado como elemento productor, como factor económico, al hacer de su trabajo un uso cada día más extenso y más intenso. El trabajo muda radicalmente la metalidad y el espíritu femeninos. La mujer adquiere, en virtud del trabajo, una nueva noción de sí misma. Antiguamente, la sociedad destinaba a la mujer al matrimonio o a la barraganía. Presentemente, la destina, ante todo, al trabajo. Este hecho ha cambiado y ha elevado la posición de la mujer en la vida. Los que impugnan el feminismo y sus progresos con argumentos sentimentales o tradicionalistas pretenden que la mujer debe ser educada sólo para el hogar. Pero, prácticamente, esto quiere decir que la mujer debe ser educada sólo para funciones de hembra y de madre. La defensa de la poesía del hogar es, en realidad, una defensa de la servidumbre de la mujer. En vez de ennoblecer y dignificar el rol de la mujer, lo disminuye y lo rebaja. La mujer es algo más que una madre y que una hembra, así como el hombre es algo más que un macho.El tipo de mujer que produzca una civilización nueva tiene que ser sustancialmente distinto del que ha formado la civilización que ahora declina. En un artículo sobre la mujer y la política, he examinado así algunos aspectos de este tema: “a los trovadores y a los enamorados de la frivolidad femenina no les falta razón para inquietarse. El tipo de mujer creado por un siglo de refinamiento capitalista está condenado a la decadencia y al tramonto. Un literato italiano, Pitigrillo, clasifica a este tipo de mujer contemporánea como un tipo de mamífero de lujo.“Y bien, este mamífero de lujo se irá agotando poco a poco. A medida que el sistema colectivista reemplace al sistema individualista, decaerán el lujo y la elegancia femininas. La humanidad perderá algunos mamíferos de lujo; pero ganará muchas mujeres. Los trajes de la mujer del futuro serán menos caros y suntuosos; pero la condición de esa mujer sera más digna. Y el eje de la vida femenina se desplazará de lo individual a lo social. La moda no consistirá ya en la imitación de una moderna Mme. Pompadour ataviada por Paquín. Consistirá, acaso, en la imitación de una Mme. Kollontay. Una mujer, en suma, costará menos, pero valdrá más.El tema es muy vasto. Este breve artículo intenta únicamente constatar el carácter de las primeras manifestaciones del feminismo en el Perú y ensayar una interpretación muy sumaria y rápida de fisonomía y del espíritu del movimiento feminista mundial. A este movimiento no deben ni pueden sentirse extraños ni indiferentes los hombres sensibles a las grandes emociones de la época. La cuestión femenina es una parte de la cuestión humana. El feminismo me parece, además, un tema más interesante e histórico que la peluca. Mientras el feminismo es la categoría, la peluca es la anécdota. Escrito: Redactado por José Carlos Mariátegui en 1924.Publicado por vez primera: Mundial, 19 de diciembre de 1924, Lima - Perú. (Aparece en el tomo14, Temas de educación, de la colección "Obras Completas de J. C. Mariategui" de Biblioteca Amauta.)Preparado para el Internet: Marxists Internet Archive, marzo de 2008.
Publicado por La Mariátegui SDE en 18:28


FUENTE:
-Manifiesto comunista

-LA INTERNACIONAL